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Martes, 23 de Abril de 2024

El culto a techachalco, ícono de resistencia cultural en la sierra de puebla

Se sabe que el monolito formó parte de un conjunto de por lo menos cuatro pirámides prehispánicas.
Miércoles, 25 de Junio de 2014 15:31

Xicotepec, Pue.- A pesar de que han querido acabar con él, voluntaria o involuntariamente, a través de la venta “ilegal” de los terrenos del centro ceremonial o con la imposición de  San Juan Bautista como patrono, no cesa en Xicotepec el fervor a Juanito Techachalco, a La Xochipila, la piedra, su casa, convirtiéndolo en un culto de resistencia de la cultura masehual.

Sin catalogación ni reconocimiento oficial de las autoridades de Antropología e Historia del país y sin registros precisos, sólo a través de la memoria oral, se sabe que el monolito formó parte de un conjunto de por lo menos cuatro pirámides prehispánicas que fusionaron los diferentes saberes que dieron origen a este pueblo serrano: los olmecas, los chichimecas, los huastecos, los totonacos y los texcocanos.

Aunque la fiesta grande de Techachalco, protector de Xicotepec y patrono de la fertilidad y la fecundidad de todas las plantas es el 24 de junio, día en que inicia el solsticio de verano, durante todo el año, los martes y los viernes de cada semana, llegan al lugar los ofrenderos para hacer sus ceremonias.

“Todo esto era muy grande, medía como 40 hectáreas, llegaba hasta donde está ahora la colonia Vista Hermosa, nos dice Froylán Ibarra Díaz primer mayordomo de La Xochipila, pero ahora nos quedamos como con 500 metros cuadrados, lo fueron vendiendo los presidentes municipales. Un cachito para esto, un cachito para lo otro y así es como se fue yendo el terreno”.

Antes aquí, asegura Froylán, había un montón de árboles, un río, “mucha naturaleza”, ahora sólo hay un manojo de casas que construyeron los que les compraron a “Juan y Ángel Esquitín a partir de 1955. Se lo vendieron a distintas personas, la verdad es que nunca nos hemos metido a fondo a revisar las escrituras, porque si las revisamos, seguro que las echamos para atrás. ¿Porque cómo pudieron vender esto si es propiedad de la nación? y hasta lo podríamos recoger, si es nuestro centro ceremonial. Pero nos echaríamos de enemigos a los Esquitín”. 

Sin embargo, hace tres o cuatro años, cuando el entonces director de Obra Pública municipal Carlos Gómez Tello vendió en 15 mil pesos “ese cuadrito que ve usted ahí”, señala el guardián de La Xochipila, acudieron a la Comisión para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, lo denunciaron penalmente y obtuvieron una orden de aprehensión en su contra.

“Pero el que entonces era presidente nos pidió que quitáramos la demanda, que nos iban a reponer el terreno. Pero nos prometieron y no cumplieron y tal vez si lo pudiéramos recuperar habría un cachito más para las danzas”.

Así que para moverlos, dice resignado el primer mayordomo, “pues solamente el gobierno. Porque además, la escritura primordial se las dimos a cierta persona y voló”, nos cuenta sin querer revelar el nombre de quien se fue con el título de La Xochipila.

La fuente de las flores

Fue la casa de Techachalco, que significa “lugar de piedras de jadeíta” o “lugar de perlas de jadeíta” porque la cascada que se encuentra cerca del pequeño basamento piramidal en la Xochipila, escurre formando gotas que por el efecto de la luz solar semejan perlas,  donde estuvo el primer asiento poblacional de Xicotepec, nos cuenta el cronista de la ciudad Crispín Montoto.

Cuando llegan los españoles a este lugar y refundan la ciudad el 1 de enero de 1570, recuerda, tratan de imponer a San José como patrono de Xicotepec, incluso a la ciudad se le da el nombre de San José de Xicotepec, pero los pobladores originarios continuaron venerando a Chicnahuiy Ehyecatl, 9-Viento, uno de los nombres calendáricos de Quetzalcóatl  y realizando sus fiestas el 24 de junio, día en que en la religión católica se dedica a San Juan, por lo que los frailes cambiaron de santo.

“Cuando se dan cuenta que ya es difícil erradicar esta costumbre, trasladan la celebración y de ahí ponen a San Juan Bautista y a Techachalco como uno solo” y en la parroquia del Pueblo Mágico del lado izquierdo está San Juan Bautista, al centro una imagen de Jesucristo y del lado derecho San José, explica Montoto.

“La Xochipila o fuente de las flores para todos es un lugar sagrado, es místico hay que ver el 24 de junio al medio día cómo se concentra la gente y traen el teponaztli o cuando menos una réplica y es tocado por los mayordomos en un ritmo que dice: ‘Ya todos los indios estamos aquí para ofrecerte Xochipila, para agradecerte todo lo que nos diste en el año y para pedirte todo lo que queremos que nos des en el año que viene”.

El dueño del Teponaztli

La gente de San Agustín, Xicotepec todavía recuerda que en los años 40 del siglo pasado, el sacerdote Carlos Madrigal mandó destruir una vieja escultura prehispánica de 9-viento Techachalco que conservaban como cosa muy sagrada en la iglesia de San Agustín. Un dato curioso es que en Alseseca, Huauchinango, recientemente se descubrió una escultura prehispánica con motivo de la construcción de un estanque en el manantial llamado Tlilatitla, la gente le llama Chicnahuiyécatl 9-Viento, y se encuentra en custodia de don Antonio Hernández Cázares, quien le rinde tributo con algunas ofrendas de copal y tabaco y le pide que su milpa se dé muy bien. Los de Alseseca afirman que las tierras de don Antonio son las más fértiles del poblado, asegura el historiador Guillermo Garrido Cruz.

El legendario 9-Viento Techachalco, protector de Xicotepec y héroe cultural de la región nahua-totonaco de Huauchinango-Xicotepec es considerado también el dueño del teponaztli, según el antropólogo francés Guy Stresser-Péan. Este instrumento de percusión de origen prehispánico es llamado por algunos nahuas Chicnahuiyehyecatl y por los totonacos Akgnajatza yun, la traducción literal de 9-Viento. Para los indígenas de la región, el teponaztli cumple con una función sagrada y social en la fiesta tutelar de Juanito Techachalco, día en que se tañe, añade.

El teponaztli es un instrumento de música de percusión de dos lengüetas vibrantes, su fabricación es a partir de un tronco hueco de madera, semeja un xilófono. En la actualidad, en varios lugares todavía existen teponaztli que se tocan en los días de fiesta. Los encontramos en Hueynaupan, Naupan; Cuaxicala, Tenohuatlán, Alseseca, Ozomatlán y Tepetzintla, Huauchinango. Pero sólo el de Xicotepec y el de Ozomatlán tienen tallados glifos de estilo azteca. El de Ozomatlán fue probablemente manufacturado en la época prehispánica, explica.

El de Xicotepec mide aproximadamente 45 centímetros de longitud. Está hermosamente tallado en forma de un mono araña acostado, símbolo del dios de los aztecas llamado Xochipilli, “el príncipe de las flores”. Algunos nahuas y totonacos no reconocen en el teponaztli la forma de un mono, sino un “perro”, esto es natural, puesto que el mono araña fue exterminado en la región desde hace muchos años. En un costado del teponaztli está grabado en relieve un glifo que representa un águila traspasada por una flecha y parada en una piedra. Tiene alrededor una cadena quebrada, este último elemento de carácter europeo. El glifo indudablemente representa la caída de México-Tenochtítlan en 1519 de allí que se pueda colegir que la fecha de manufactura puede ser alrededor del año 1520. Conserva su soporte de madera con bellos bajorrelieves estilo Tajín.

El teponaztli de Xicotepec ha estado cumpliendo su función ritual por cerca de 500 años. Desde hace siglos ha sido pasado de mano en mano de los sabios tlamatinime indígenas y últimamente de los mayordomos mestizos de San Juan Techachalco quienes le rinden tributo con ofrendas de copal, xochicozcatl e incluso le colocan cigarros encendidos en la boca del mono para que “fume” y le dan de “beber” refino. Una de las primeras estudiosas en describirlo fue Bodil Christensen, quien visitó Xicotepec en la década de 1930. En ese año conoció al mayordomo indígena don Máximo López quien le contó los secretos añejamente guardados sobre el teponaztli. Concebido con atributos femeninos el teponaztli es la pareja del huehuetl, otro instrumento de percusión pero parecido al tambor. En el simbolismo indígena éste último tiene atributos masculinos.

Bodil Crhistensen recogió los versos que se cantaban acompañados del tañer del Teponaztli en Xicotepec, son versos en náhuatl que reflejan el culto a Chicnahuiyeyehcatl 9-Viento en la Xochipila, el lugar sagrado que desde la época prehispánica sigue con su función ritual. En la actualidad tanto la Xochipila como el teponaztli y su ritualidad ancestral se ve amenazada en aras del folklorismo turístico que las autoridades en turno de Xicotepec y sus “directores de cultura” hacen de ello, sin respeto a los símbolos y a la sensibilidad de los pueblos indígenas, como lo pudimos apreciar en la pasada “feria” de la Xochipila, evento político-folklorista impulsada por las autoridades haciendo a un lado y discriminando a los verdaderos conservadores de la tradición, la gente indígena que desde las comunidades alejadas visitan la Xochipila la noche-madrugada del 23-24 de junio.

Canto a la Xochipila y Juan Techachalco

“Xochipila nochan nochan

otihuala capitán

ocuala capitana xochitl

Cuica ocxon tenamaz

chimalli xochitl ticuicaz

chimeco, chimeco”.

Del Mictlán al cielo, en escalera

La Piedra, como también le llaman al santuario, es un lugar lleno de simbolismos, narra Cristian Candia del Consejo de la Crónica, en el norte hay una escalinata que da a los nueve niveles del inframundo, el Mictlán y en el poniente están las escaleras que suben a los seis niveles de los cielos superiores. “En una simbiosis de la vida y la muerte que reafirma la creencia de que de la muerte surge la vida y viceversa”.

“El solsticio de verano es parte de una gran celebración a la vida, a las cosechas y todo lo que la tierra nos da, por eso a Techachalco le traen mazorcas, maíz, frijol, flores, mole, gallinas, papeles de colores, velas de cera, por lo que se ha recibido, pero también para pedir que no falte el alimento ni la salud”, agrega Montoto.

Para preservar el culto, hay dos tipos de celebraciones: la tradicional que hace la gente ocultándose del resto de las personas que no comprenden sus tradiciones y “la oficial” que trata de rescatar algunos elementos que ya se estaba perdiendo y  no porque la gente no los quiera practicar, sino porque sus creencias han sido descalificadas llamándolas brujería o hechicería, señala.

La fiesta en el mes de las lluvias

Cada año, refiere Gabino Negrete, personas de diversas comunidades de las sierras de Puebla e Hidalgo llegan en peregrinación a La Xochipila, para pedir buenas lluvias que hagan crecer las cosechas. La noche del 23 de junio se pasa en vela con la música de los xochisones y se entregan ofrendas de tamales, atole, xochikoskatl, xochipanes, velas, en un rito dirigido por los tlamatkis (sabios).

Es bueno llevar las semillas que se van a sembrar, las ramas de café o las milpas tiernas que están para dar el jilote para presentarlas a Techachalco, continúa Gabino, “es obligación para el que va llevar sus flores, velas y semillas y visitar primero la pequeña cueva que se encuentra en la base de la de la pirámide, después se acostumbra subir a la cúspide para ofrendar, aunque en ese lugar ya hay una cruz que es un signo de dominación. Pero igual la gente deposita las ofrendas ahí, no por la cruz, sino porque es un lugar sagrado de encuentro con la divinidad”.

“Del otro lado, queda lo que alguna vez fue un río de aguas limpias y que ahora a pesar de que el municipio lo ha entubado, no deja de correr agua pestilente. Ahí se encuentra un pequeño pozo en el que la gente se va a lavar como parte de un rito de purificación y para sanar de diversas enfermedades. El manantial está debajo de unas rocas grandes que sostienen las casas que han invadido poco a poco este espacio sagrado”, asegura.

A un lado del pestilente río, debajo de la roca, sobre la que está construida la pirámide se encuentra el “zimarrompa”, lugar en el que se van a realizar ritos para pedir la enfermedad o el fracaso del enemigo, es decir, el lugar de las cosas malas.

El verdadero rito indígena se celebra la noche del 23 de junio ya que ahí se vive la máxima expresión de fe. Toda la noche se baila a pesar de la llovizna y el cansancio “y la gente dice que precisamente para eso están ahí, para que a la tierra no le falte el agua y las cosechas se den en abundancia”, agrega.

A eso de las doce de la noche llegan más personas y presentan a dos niñas, doncellas, en el momento principal del rito, pues ellas son ofrendadas, pero mientras, la gente sigue danzando y los violines no paraban de sonar con el ritmo del baile de las flores.

El culto a Techachalco une a los diferentes. Hay personas de todos los niveles, hay indígenas y coyomes, es un momento de fervor y de unión con algo que se creía desaparecido y que ha sobrevivido a pesar de la discriminación.

“Me atrevo a decir que el hecho de nombrar a San Juan patrono de la parroquia fue para erradicar esta ceremonia, sin embargo, no lo han logrado y mientras en la iglesia están las misas, los indígenas y la gente devota está en el montículo ofreciendo sus flores y cosechas, y muchas danzas acompañan y tocando el teponaztli que aunque es por todos sabidos que ya no es el original, su espíritu se ha quedado para seguir bendiciendo a los que lo invocan”, añade Gabino quien también es seminarista.

Muchos curanderos al final de los ritos lanzan flores y parte de las semillas a la pirámide que luego la recoge la gente para llevarlas a sus casas, ya que se consideran benditas. “Es una fiesta en honor de las flores en el xopanko, mes de las lluvias”, concluye.

Fuerza y energía

Cuando se remodeló La Xochipila, se hizo una edificación sobre una de las piedras, cuenta don Crispín, y esto se tomó como una agresión al centro ceremonial, “tanto que los mayordomos trasladaron sus rituales a Nextlalpan, un sitio en el que también hay vestigios prehispánicos, tal vez más antiguos que La Xochipila, para mantener su lugar libre de influencias externas, por eso se aíslan para mantener su costumbre que no ha sido comprendida a cabalidad”, dice el cronista Montoto.  

En cambio, don Froylán Ibarra, el primer mayordomo del sitio y encargado de organizar la fiesta para Techachalco, asegura que  tras la restauración nada cambió y que la piedra tiene la misma fuerza, la misma energía, la misma magia que da salud y que permite a los creyentes curarse con la medicina y con las yerbitas que recomienda “el señor” del que son devotos lo mismo católicos que hermanos separados que vienen con sus veladoras a hacerse su limpia y a danzar.

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