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Viernes, 26 de Abril de 2024

Yo soy el pan de la vida

1 Agosto, 2015

Con mucha razón, el Papa Francisco dice que la libertad se enferma cuando se entrega a las fuerzas ciegas del inconsciente, de las necesidades inmediatas, del egoísmo, de la violencia; cuando se instala en un estilo de vida desviado que da prioridad absoluta a sus conveniencias y todo lo demás parece irrelevante si no sirve a los propios intereses inmediatos; cuando empuja a las personas a aprovecharse unas de otras.

Así lo vemos en el pueblo al que Dios liberó, cuando al enfrentar un momento transitorio de dificultad murmuró contra Moisés y Aarón, y exclamó: “¡Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto! Allí comíamos hasta hartarnos”. ¡Preferían volver a ser esclavos con tal de hartarse en el momento presente, rebajando su dignidad y renunciando a su futuro!

Lo mismo nos sucede cuando buscamos sólo lo inmediato; disfrutar sensaciones agradables, aunque seamos esclavos del sexo, el consumismo, el alcohol, la droga, los videojuegos, internet o las redes sociales. Inventarnos nuestra “verdad”, aunque seamos esclavos del relativismo individualista y la manipulación de las ideologías y de las modas. Hacer dinero, aunque seamos esclavos del trabajo, la competencia desleal, el robo o la violencia. Salirnos con la nuestra, aunque seamos esclavos de la mentira, la indiferencia y el descarte.

Pero esa esclavitud ¿Qué futuro puede brindarnos? Soledad, vacío, sinsentido, inequidad, infidelidad, miseria, injusticia, corrupción, impunidad, violencia, contaminación y muerte; una vida llena de cosas que no pueden llenar y que tarde o temprano se van a terminar. “No trabajen por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y les da vida eterna”, aconseja Jesús, el Hijo del Padre, creador de todas las cosas, que ha venido para rescatarnos del pecado que nos esclaviza y darnos un futuro libre y pleno, sin límites ni final.

El hambre mayor y la sed más profunda es sentirse sólo y no saber para qué se vive. Por eso Jesús afirma: “No solo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Así, reconociendo el valor de las cosas terrenas, nos hace ver que no son lo único; sólo escuchándolo a Él, Palabra de Dios, descubrimos la realidad en su integridad “Yo soy el pan que da vida –nos dice el Señor–. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed” ¡Jesús no nos da las migajas de bienes transitorios, sino que se nos entrega a sí mismo para hacernos dichosos por siempre! Sólo hace falta que lo recibamos creyendo en Él. Así comprenderemos que, como dice el Papa: “la creación es un proyecto del amor de Dios donde cada criatura tiene un valor y un significado… surge de la mano abierta del Padre de todos… que nos convoca a una comunión universal”.

¡Acudamos a Jesús, que viene a nosotros en la Eucaristía! Pero no lo hagamos por cosas materiales sino por fines espirituales, como exhorta san Agustín. Así podremos revestirnos de la nueva naturaleza, que se manifiesta en una vida recta, fundada en la verdad. Entonces ya no buscaremos a las personas ni al medio ambiente sólo para satisfacer una pasión, obtener algo o descartarle. Porque, como señala Benedicto XVI, quien con fe se alimenta de Cristo en la Eucaristía, “asimila su mismo estilo de vida, que es el estilo del servicio atento especialmente a las personas más débiles y menos favorecidas”8. Viviendo así, nunca más tendremos hambre ni sed, ni los demás la padecerán.

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