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Viernes, 19 de Abril de 2024

Llevados por Espíritu a la Cuaresma

14 Febrero, 2016

I Domingo de Cuaresma

“No solo de Pan vive el hombre” (cfr. Lc 4, 1-13)

El Espíritu Santo ha llevado a Jesús al desierto para que viva un encuentro fuerte con Dios a través de cuarenta días de oración y de penitencia. Ése mismo Espíritu de Amor nos conduce ahora a la Cuaresma para que, por medio de su Palabra, de los sacramentos, de la oración, de la penitencia y del amor al prójimo nos dejemos abrazar por Dios, e iluminados por Él, nos encontremos con nosotros mismos, revisemos lo que hemos sido y lo que hemos hecho, y decidamos lo que queremos ser y hacer con su ayuda, para así afrontar con Cristo “el combate contra el espíritu del mal”, como ha enseñado el Papa Emérito Benedicto XVI.

La Cuaresma es un regalo de Dios; un tiempo de preparación que nos permite ir “calentando motores” para celebrar la Pascua, en la que haremos memoria de que Jesús, con su pasión, muerte y resurrección, nos ha mostrado ese amor suyo más fuerte que el mal y la muerte, liberándonos del pecado y dándonos el poder maravilloso de llegar a ser hijos de Dios, participes de su vida plena y eternamente feliz que consiste en amar.

¡Sí!, somos hijos de Dios, que nos ha dado la vida y nos libera. Sin embargo, bien sabemos que la travesía hacia la eternidad no es sencilla, que “en todo tiempo se halla presente el adversario que con la tentación –tanto en la adversidad como en la prosperidad- no cesa de poner obstáculos a nuestro camino”, ese enemigo que “se acerca con preferencia a los que pertenecen solitarios”, como advertía san Juan Crisóstomo. A fin de que no estemos solos, y aprendamos cómo luchar contra las tentaciones y salir triunfadores, Jesús las padeció y las venció, ¿cómo?; confiando en Dios, que es nuestro refugio y fortaleza.

No sólo de pan se vive; adora sólo a Dios y no pretendas tentarlo

La primera tentación a vencer es el egoísmo, que nos hace vernos solo como cuerpo, y preocuparnos únicamente en satisfacer nuestras necesidades físicas y sexuales, valorando solo lo sensible, lo útil y lo inmediato, reduciéndonos a nosotros mismos y a los demás a lo puramente biológico. Para que eso no nos suceda, Jesús nos recuerda que “no sólo de pan se vive, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, que nos ha creado, puede hacernos descubrir que además de cuerpo somos afectividad, inteligencia, espíritu y seres sociales, y que para lograr un desarrollo integral y pleno debemos unificar nuestro ser en torno al amor.

La segunda tentación es pensar que este mundo y su manejo económico, político, científico, tecnológico, deportivo y artístico es propiedad del demonio; que con él las cosas salen bien. Que a Dios hay que dejarlo fuera para que no “agüe” la fiesta moral que retrasa el desarrollo y amarga la vida. Resultado: matrimonios fracasados, familias divididas, noviazgos superficiales, y sociedades donde las leyes, la ciencia, la economía, la política, las modas y las diversiones usan al ser humano. Jesús, que nos quiere realmente felices, nos descubre que todo es de Dios, y que sólo viviendo el amor como Él nos pide, podremos edificar un mundo auténticamente humano.

La tercera tentación es usar a Dios para favores y milagros, o para sentirnos bien, pretendiendo manipularlo según nuestros caprichos o necesidades, sin conocer a fondo su Palabra ni comprometernos a vivir como nos pide. Es la tentación de hacer un cristianismo a “nuestra manera”, tomando de la fe sólo lo que agrada, creando una “ensalada religiosa” mezclando elementos contradictorios –como supersticiones y prácticas esotéricas-, para sentir seguridad, sin necesidad de conversión ni coherencia. Dios quiere nuestro verdadero bien; por eso nos invita a tomarlo en serio, para que pueda brindarnos la auténtica e invencible seguridad de la salvación. “Quien no está debidamente entrenado y acostumbrado a una ejercitación rigurosa vacilará, se angustiará y se acobardará en la batalla”, decía una estratega. Por eso mantengámonos “en forma” con oración y penitencia, confiando en Jesús, para salir victoriosos en la lucha contra las tentaciones, conscientes de que “Ninguno que crea en Dios quedará defraudado”.

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