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Jueves, 25 de Abril de 2024

La gran familia humana, convocada en Cristo a la unidad

27 Diciembre, 2014

Fiesta de la sagrada Familia Ciclo B

El Niño iba creciendo y se llenaba de sabiduría (cfr. Lc 2, 22-40)

“Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la faz de la tierra” (58), afirma el Concilio Vaticano II. Por eso todos los hombres y mujeres constituimos la única familia humana (59),  que tienen un mismo principio y un último fin: Dios, creador amoroso de todas las cosas, cuya providencia y designio de salvación se extienden a todos (60). Esta gran familia está formada por varias “células”, que son cada una de las familias del mundo, las cuales se fundan en el matrimonio entre un hombre y una mujer. “La familia -ha recordado el Papa Benedicto XVI- institución divina, fundamento de la vida de las personas y prototipo de toda organización social” (61), tiene como su fuente y modelo a la Santísima Trinidad, en la que el Padre comunica al Hijo todo su amor, el Espíritu Santo.

Sin embargo, a raíz del pecado original,  la imagen divina que la familia había recibido  del Creador quedó dañada. Entonces, las relaciones de pareja se han alterado, hasta basarse predominante o exclusivamente en la atracción sexual, el placer o la conveniencia egoísta, rechazando o no cumpliendo los respectivos compromisos de unidad, exclusividad, estabilidad, fidelidad, indisolubilidad, ayuda mutua, y bien de los cónyuges, y adoptando una actitud de desprecio, de manipulación o de irresponsabilidad hacia la vida y la formación y educación  de los hijos, quienes a su vez, se han vuelto irrespetuosos hacia sus padres e indiferentes hacia sus hermanos y demás familiares. ¡Cuántas veces vivimos dramas así, que se extienden al resto de la sociedad, ya que la familia es la célula del tejido social!.

Muchas familias atraviesan por crisis o problemas; tienen graves dificultades de comunicación, padecen la intromisión  de una persona sin escrúpulos, sufren la enfermedad de uno de sus miembros, atraviesan una angustia económica, se sienten incompletas porque se han formado sólo con un padre o con una madre, han vivido el drama de un divorcio, o la ausencia de alguien que se ha ido o que ha muerto. ¿Qué hacer entonces? ¿Resignarse a pensar que todo está perdido? ¡No!; como Abraham, obedezcamos a Dios y hagamos lo que nos pide, fiados en que Él “tiene poder hasta para resucitar a los muertos” (62). Recurran al Señor y a su poder” (63), nos exhorta el salmista. Podemos hacerlos porque en Cristo Él se ha acercado a nosotros, repitiéndonos lo que dijo a Abraham: “No temas… Yo soy tu protector” (64).

La Sagrada Familia, modelo de toda familia

El Padre, que en distintas ocasiones nos habló de muchas maneras, nos envió a su Hijo (65), con la fuerza de su Espíritu, para que, haciéndose uno de nosotros, nos rescatara del pecado, nos convocara en su Iglesia y nos hiciera hijos suyos, ofreciéndonos en su propia Familia de Nazaret un modelo perfectísimo de la identidad Trinitaria de toda familia. (66). Por eso, el Papa Pulo VI definía a la Sagrada Familia, “escuela del Evangelio” (67),  ya que se constituyó en torno a Cristo, presencia de Dios en el mundo, cuya Ley observaba fielmente. Así, la Familia de Nazaret pudo vivir conforme a su naturaleza, a pesar de los grandes problemas que tuvo que enfrentar. “El niño recién nacido, indefenso y totalmente dependiente de los cuidados de María y José, encomendado a su amor, es toda la riqueza del mundo. El es nuestro todo” (68), afirmaba el gran Papa Juan Pablo II. Sólo dando a Dios el lugar primordial que le corresponde, la pareja podrá unirse verdaderamente en el amor, permanecer fiel, y recibir responsablemente el don de una nueva vida.

Unida en Dios, la Sagrada Familia se abrió a los demás, comunicándoles la alegría de la salvación, como lo expresaron Simeón y Ana, quienes esperaban el consuelo de Dios, no sólo para ellos, sino para todo el pueblo, como señala San Ambrosio (69). Lamentablemente, en la actualidad, muchas familias prefieren dar prioridad a todo, menos a Dios; no tienen tiempo para conocer su Palabra ni para hacer oración; y el domingo, en lugar de acudir a la Casa del Padre para celebrar la Eucaristía que nos da la fuerza del amor que nos une, lo dejan “plantado” prefiriendo quedarse a descansar o salir a divertirse. Así acaban “educándose” en el egoísmo, hasta el punto que cada uno de sus miembros comienza a hacer del “estar a gusto” un estilo de vida, usando a los demás y desentendiéndose de ellos.

Pero si como la Sagrada Familia procuramos constituirnos en torno a Dios, escuchando su Palabra, celebrando su amor y obedeciendo su Ley, entonces, a pesar de las dificultades, podremos recibir la fuerza para poner cada uno de nuestra parte, unirnos y experimentar “la justicia y el amor entre hermanos y hermanas, la función de la autoridad manifestada por los padres, el servicio afectuosos a los miembros más débiles, porque son pequeños, ancianos o están enfermos, la ayuda mutua en las necesidades de la vida, la disponibilidad para aceptar y amar al otro y, si fuera necesario, para perdonarlo” (70). De esta manera, con familias sanas, iremos sanando al género humano, de tal forma que, fijando la mirada en Jesús, todos podamos exclamar a Dios, como una sola familia: “¡Mis ojos han visto a tu Salvador!”.

Señor y Dios nuestro,

tú que nos has dado en la Sagrada Familia de tu Hijo,

el modelo perfecto para nuestras familias,

concédenos practicar sus virtudes domésticas

y estar unidos por los lazos de tu amor,

para que podamos ir a gozar con ella eternamente

de la alegría de tu casa.

Por Jesucristo nuestro Señor.

Amén.

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