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Viernes, 29 de Marzo de 2024

Jesús, que nos ama, nos dice: ¡Permanezcan en mi!

2 Mayo, 2015

Hace varios años, el compositor jerezano Manuel Alejandro (1933- ) compuso una canción que los cantantes españoles Rocío Jurado (1946-2006) y Raphael (1943- ) pusieron en los primeros lugares de popularidad: “Como yo te amo”, cuyas estrofas expresan un amor apasionado: “Como yo te amo… / convéncete… / nadie te amará / … Yo, te amo con la fuerza de los mares / con el ímpetu del viento / en la distancia y en el tiempo / con mi alma y con mi carne / como el niño a su mañana / como el hombre a su recuerdo / a puro grito y en silencio / de una forma sobrehumana / en la alegría y en el llanto / en el peligro y en la calma / cuando gritas cuando callas / Yo te amo tanto…”. ¿Y quién sino Jesús, que ha dado su vida para salvarnos, podría “cantarnos” esto legítimamente? ¡Él nos ama como nadie puede hacerlo!

Jesús, por quien el Padre creó todas las cosas, descendió desde la grandeza de su condición divina, hasta hacerse uno de nosotros, entrar en nuestro mundo y en nuestra historia para, amándonos de una forma sobrehumana, entregársenos por entero, y así, liberarnos de los límites del pecado, del mal y de la muerte, y hacernos partícipes de su “hoy” sin final. Él, que ha resucitado y está siempre con nosotros, nos ama cuando nos habla en su Palabra y en el silencio de la oración. Nos ama en los momentos de alegría y también en los de pena. Nos acompaña en los tiempos de calma y nos ayuda en las horas de peligro. Nos ama cuando hablamos y cuando callamos. ¡Nos ama siempre!

Por eso nos dice: “Permanezcan en mi y yo en ustedes” ¡Qué hermosa invitación! Él sabe que habiendo sido creados por Dios a imagen y semejanza suya, hemos sido hechos para ser amados y para amar. Solo en el amor realizamos nuestra naturaleza, superamos el drama de la soledad, y alcanzamos la plenitud. Por eso Jesús se ha “plantado” mediante su encarnación en la viña de Dios, quien “en su Hijo ha venido a ser Él mismo vid –nos dice el Papa Benedicto XVI–… Esta vid no puede ser abandonada…es definitivamente de

Dios… La vid… indica la unión inseparable de Jesús con los suyos que, con Él y por medio de Él, son todos vid”. San Agustín afirma que Jesús se llama así mismo vid, “porque es la cabeza de la Iglesia, y nosotros sus miembros…”.

Vivir unidos a Jesús para crecer y dar fruto.

Como sarmientos de esta Vid, estamos llamados a permanecer unidos a ella, para vivir, desarrollarnos y dar fruto, permitiendo que Dios nos “pode”, es decir, nos purifique. “La Iglesia, cada uno, necesitamos de la purificación –señala el Papa Benedicto XVI–… Sólo a través de tal proceso… la fertilidad persiste y se renueva… El fruto que el Señor espera de nosotros es el amor”. “Éste es su mandamiento –nos dice san Juan–: que creamos en la persona de Jesucristo, su Hijo, y nos amemos los unos a los otros, conforme al precepto que nos dio. Quien cumple sus mandamientos permanece en Dios y Dios en

Él”. Los que permanecen unidos a Él, se sienten completamente saciados en su hambre de felicidad, porque, como dice el salmo, “su corazón ha de vivir para siempre”.

Quien permanece unido a Cristo, es capaz de lo que solo no puede. Así lo vemos en el caso del gran Apóstol de los gentiles, san Pablo, quien, habiendo estudiado a fondo la Ley mosaica, celoso de su fe judía, persiguió a los discípulos de Jesús al considerar su mensaje inaceptable y escandaloso; pero, cuando fue “alcanzado por Cristo Jesús” (Flp 3, 12) todo cambió: lo que antes tenía valor para él se convirtió en pérdida y basura (cf. Flp 3, 7-10), y desde aquel momento puso todas sus energías al servicio exclusivo de Jesucristo y de su Evangelio, haciéndose “todo a todos” (1 Co 9, 22) sin reservas, hasta el testimonio supremo con su sangre bajo el emperador Nerón. Por eso, ahora “brilla como una estrella de primera magnitud en la historia de la Iglesia”.

San Pablo fue perseverante, aunque en su misión apostólica, marcada por sus escritos y sus viajes para llevar el Evangelio, encontró numerosas dificultades, que afrontó con valentía unido a Cristo: “trabajos..., cárceles..., azotes; muchas veces peligros de muerte –escribe él mismo–. Tres veces fui azotado con varas; una vez lapidado; tres veces naufragué. Viajes frecuentes… noches sin dormir…hambre y sed... Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias”. San Pablo supo ser un verdadero sarmiento, permaneciendo en la Vid y dejándose cultivar por el gran Viñador. “De aquí se deriva una lección muy importante para nosotros –comenta el Papa Benedicto XVI–: lo que cuenta es poner en el centro de nuestra vida a Jesucristo, de manera que nuestra identidad se caracterice esencialmente por el encuentro, por la comunión con Cristo y con su palabra”.

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