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Viernes, 19 de Abril de 2024

Cuaresma: entrenamiento para vivir la gran aventura de la Pascua

22 Febrero, 2015

I Domingo de Cuaresma Ciclo B

El Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto (cfr. Mc 1, 12-15)

Cuando el famoso actor y director Mel Gibson estaba rodando la película “La Pasión”, interpretada por Jim Caviezel, al ser cuestionado en una entrevista del porqué había elegido este tema, respondió: “No hay ninguna historia que tenga un héroe mayor que éste. Es la historia del amor más grande que se puede tener: dar la vida por alguien. La Pasión es la aventura más grande de la historia… Es un evento histórico clave que ha conformado la realidad que hoy somos. Creyentes y no creyentes por igual, todos nosotros hemos recibido su influencia” (14). Esta historia de amor es profesada, proclamada, celebrada y vivida por los cristianos en cada Pascua dominical; y es recordada y actualizada también mediante la Pascua anual.

Para disponernos a entrar en esta maravillosa aventura de amor, Dios nos ayuda por medio de su Iglesia a través de la Cuaresma, “tiempo privilegiado de la peregrinación interior hacia Aquél que es la fuente de la misericordia” (15), como afirma el Papa Benedicto XVI. En esta peregrinación interior no estamos solos: el Amor, que es el Espíritu Santo, nos conduce como hizo con Jesús para que, con Él y como Él, vivamos un encuentro con Dios a través de su Palabra, de los sacramentos, de la oración, de la penitencia y del amor al prójimo. De esta manera podremos exclamar con San Agustín: “entré en mi interior, siendo tú mi guía” (16).

Siguiendo al Maestro llegaremos a descubrir nuestra realidad y afrontaremos con Él “el combate contra el espíritu del mal” (17), que pretende esclavizarnos a través de las tentaciones, que siempre tienen como común denominador remover a Dios y organizar la propia vida y el mundo según los criterios del egoísmo, que nos hace mutilar la realidad reduciéndonos y reduciendo a los demás simple material que puede ser usado como objeto de placer, de producción o de consumo. Por eso, “para realizar plenamente la propia vida en libertad es necesario superar la… tentación –comenta el Papa Benedicto XVI-. Solo liberada de la esclavitud de la mentira y del pecado, la persona humana, gracias a la obediencia de la fe que la abre a la verdad, encuentra el sentido de su existencia y alcanza la paz” (18).

Vencer la tentación, y ser heraldos del amor

De ahí que, llenos de esperanza, supliquemos a Dios: “guíanos con la verdad de tu doctrina” (19). Él responde a nuestro ruego enviándonos a Jesús, que es la Buena Noticia del amor divino encarnado, en quien debemos creer. ¡Si! En Jesús, Dios se hace presente en el mundo para liberarnos del pecado y de la muerte, convocarnos en su Iglesia, y darnos el poder de ser hijos suyos, partícipes de su vida plena y eternamente feliz, la cual se nos comunica en el Bautismo, que, como el diluvio en tiempos de Noé, nos purifica y nos ofrece una existencia indestructible más allá de la muerte (20). Cristo ha dado su vida “para llevarnos a Dios” (21); a nosotros toca estrechar la mano que nos tiende aceptando “el compromiso de vivir con una buena conciencia ante Dios” (21).

Vivir con una buena conciencia ante Dios implica comprender cada día que “Nos sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (22). Esto no significa que no necesitemos alimento, vestido, casa y sustento, sino que no debemos reducirnos únicamente a lo biológico y material. Sólo a la luz de la Palabra de Dios se comprende la realidad en su totalidad, se descubre el sentido de la vida, y cómo se alcanza la plenitud. Así lo experimentó san Ignacio de Loyola, quien, iluminado por la vida de Cristo y el ejemplo de los santos, se dio cuenta que las cosas del mundo le daban sólo un placer momentáneo, dejándole luego hastiado, triste y árido; y que, por el contrario, seguir a Jesús e imitar a los santos le hacía experimentar un intenso gozo, dejándolo “lleno de alegría” (23).

En esta Cuaresma analicemos, guiados por Jesús –que es Palabra de Dios-, que tanto miramos la realidad de manera integral, y que tanto estamos desarrollando de manera armónica y jerarquizada los diferentes elementos que conforman nuestro ser. Y escuchando al Señor que nos dice: “Conviértanse y crean en el Evangelio”, decidámonos a vivir como Él nos enseña, amando a Dios y al prójimo, procurando responder, según nuestras capacidades, a las necesidades materiales y espirituales de los que nos rodean. Porque como decía San Jerónimo: “¿De que aprovecha creer sin buenas obras?” (24).

Conscientes de esto, confiemos plenamente en Dios, y siguiendo su camino, procuremos con su ayuda un desarrollo integral y auténtico, tanto personal como social. Que la Virgen María nos ayude a hacerlo así.

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